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su dinero en cosas ajenas al contrato, o simplemente lo mal– gastan, confiados en que el Banco concede dos años libres de devolución de intereses. A su momento, no han hecho fructi– ficar el préstamo, ni tienen con qué cubrir los intereses anua– les; entonces venden la hacienda a algún incauto y desapare– cen, o en el peor de los casos, la abandonan y huyen para evi– tar represalias. Estos préstamos bancarios han sido contados, ya que no existen garantías. El colono lucha con sus propias fuerzas con la esperanza de mejorar y tener una vida más razonable. Los salarios de Ia zona se han basado en aquellos que pa– gaban las Compañías Petroleras y que entraban dentro de los mínimos legales de la República, y casi siempre los supera;ban dadas las diHcultades del trabajo a realizar. De 18 sucres pasó a 40 y SO diarios, además de la comida, en los trabajos de las 'Compañías. Estos sueldos en la realidad merman considerablemente, al pasar los contratos de Texaco a manos de subcontratistas sucesivamente, quienes medran con el sudor de los ignorantes y necesitados. Nada se ha hecho pa– ra castigar a estas personas que además de e~plotar, nunca pagan a su debido tiempo a los peones, y actualmente siguen manejando los hilos, amparados en la ley del más fuerte. Estos salarios antedichos no han podido ser pagados en la agricultura. El aumento ha sido en este caso de 10 o 15 sucres sobre los 18 que anteriormente se pagaban. En la zona encontramos que se pagaba un sueldo medio de 33 sucres al día, excluyendo la alimentación. La tendencia general es a pagar menos. Otro problema es el desconocimiento de las medidas rea– les de los terrenos, con lo cual se engaña a los peones indíge– nas, respecto a la cantidad real del trabajo realizado. 30
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