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99- Pasaron · varios días y el mercader permanecía terco en su empeño, cegado parte por la codicia que tan buen negocio le pre– sentaba en la posesión de aquella nave y parte p<Yr sectarismo, pues como fanático israelita, no podía ver con buenos ojos la di, fusión de la doctrina ·del Divino Cmcificado. .Ciert{) día en que Fray Francisco pasaba junto al .puerto, en– contráronse los dos, y volvió aquéi a rogarle que cediera en su pretensión, tanto más cuanto qu.e comían noticias de que los pro– testantes habían comenzado a propagar sus errores por aquellas latitudes. Oír esto el judío y comenzar a burlarse del modo más. grosew de las misiones y de los misioneros católicos, todo fué uno; pero el capuchino, no pudienil.o aguantar más tanto cinismo, lo agarró y levantándolo en vilo estaba ya a punto de arrojarlo al Guadal– quivir, cuando el fraile que le acompañaba gritóle: . «¡Hermano Francisco! ¡Qué es lo que haces! ¡Déjal'o, por Dios! ¡Mira que te pierdes! ¡Mira que te condenas! » Fray Francisco se calmó al momento, y cayendo de rodillas ante aquel hombre, a quien si hubiera querido hubiera podido aparearlo y sumergirlo en el río, le piilló perdón por su arreba– tado genio. El judío; conmovido ant.e tanta humildad, no solamente le per– donó, sino que además renunció a adquirir el barco que preten– dían los misioneros.

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