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[: l, 1 1 Í· -98 escribía al Rey estuviesen escritas en una vulgar cuartilla de ,Pa· pel, por lo que le envió el siguiente recado: «He extrañado, Fray Francisco, que un hombre de vuestras obligaciones, que no ígnqra los estilos de Palacio, trate a Su Majest-ad con tan soberana llaneza que le escribáis en una sola hoja de papel, como pudiérais escribir a un fraile de vuestra Orden. Si la causa es-proseguía el miniStro con soca– rronería indudable-por no tenerlo, avisadme y daré orden para que os so– corra con algunqs resmas, y si no, muda4 de estilo y escri?id como -es razón.>> La respuesta del capuchino no se hizo esperan: «Excelentísimo .señor: Es verdad que no ignoro los estilos de Palacio, pero. a mí no me pedirá Dios cuenta de ellos, sino de si fuí verdadero pobre y viví conforme· a los estilos de la pobreza evangélica, que hice voto. de guar~ dar en mi profesión. En ésta, excelentísimo señor, sQlo se permit~ lo nece~ sario y forzoso, todo lo demás que de ahí excede se considera por superfluo, no necesario y estéril. Con que bastándome con un'a cuartilla de pape[ ·para decir a Su·Majestad lo que se ofrece, no hay duda que si gastase más seria superfluo, y que delante de la Majestad Suprema de Dios me será hecho car, go de ello. Además, qui1 el Rey Nuestro Señor, como tan católico que es, no extraña los estilos de los Capuchinos ni ignora que el Religioso pobre y humilde, en todo tiempo y lugar, está obligado a vivir como tal, y a medirse a la regla y estilo santO de su profesión. Yo agradezco, mucho la oferta de papel que Vuestra Excelencia me hace, mas no lo necesito por ahora. Dios guarde a V. E. muchos años y le haga muy suyo.» Como se ve, la.contestación era digna de la carta del Ministro; el humilde hermano no tenía reparos en decir las cosas claras fuese a quien fuese. .* * * Reunidos ya todos los componentes de la expedición, comen· zaron los.preparativos ·de ést_a. Debido a los conocimientos que de las cosas del mar tenía el Hermano Francisco, el Prefecto le encargó la contrata del .na– vío que los había de conducir ·a las misiones africanas. Hízolo aquél así, y ya estaba a punto de cerrarse la adquisi· ción de uno muy apropiado, cuando surgió un mercader judío, quien ofreciendo mayor · cantidad en la puja, pretendía q~edarse con el buque. Esta-ba,. pues, en peligro de frustrarse la expedición. Varios rue· gos se le hicieron al obstinad0o judío y Fray Francisco llegó a mos– trarle la orden que tenía del Rey para que .no se dilatase la par· tida; pero totlo fué en vano.

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