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i ;~ : ¡~ ;¡ ·¡'¡ 1 '\! ·1 1! : ¡~ · :¡. :¡'¡, ¡, . '\1, : " ,¡·.: .... · ' ' '' ' 1 1 -88- Dice también Mur que el P, M(mcalier.i hizo gravísimos cargos a los religiosos navarros por no haberle hablado ni escrito y. pro– curado el consuelo por su mediación, sin valerse del Reino; que– riendo atribuir esta culpabilidad con nomb:f\8 . de sedicioso- al Pa– dre Guardián de Rentería por una carta que tiene en su pocier escrita de· un religioso navarro a otro-se refería, sin duda, a la que se supone escrita pon Redin-, y dijo «que si no estubiera de por medio la autoridad de V. Ilma. procedería a prisiones y otros castigos». · Al despedirse Moncalieri de los ·comisionados, Mur y Cabani– llas, asió a Mur del brazo y le rogó pidiera dos gracias al Reino en nombre suyo, a saber: que .estuviere seguro que el no obedecerle · de momento era «por no poder y que el gobierno de la Religión sólo lo entiende el que lo trata de la clausura adentro y con largas experiencias; la segunda, que suplicaba que no pusiese su auto– ridad en negocios religiosos porque no llegase a empeño lo que a los principios es celo » (1). · · Y coucluído este negocio, Moncalieri continuó su ruta. Así fra– casó de momento el proyecto de la separación. En abril dé 1641 pasaron por el convento de Zaragoza seis capuchinos. extranjeros que se dirigían a :Portugal para allí em– barcarse con rumbo a las misione5 de infieles. Cordial acogida hallaron en el convento, y fray Francisco sintió brota11 en su inte– rior una santa admiración hacia aquellos hombres que, abando– nando su patria, se disponían a ser en lejanas tierras los heraldos del Evangelio. Era el primer chispazo de su vocación misionera. Grande fué el as.ombro produCido en lo.s conventuales de Za– ragoza al ver de nuevo entre ellos, a los diez meses escasos de la escena anterior, a los expedicionarios. ¿Qué había ocuñido? El Gobierno portugués, celoso de la independencia que acababa de conseguin su nación en noviembre de 1640, miró con malos ojos a aquellos animosos ·evangelizadores, cuyo único ideal era la difusión del Reino de Cristo, y suponiéndolos, . con toda in– justicia, afectos a Castilla, prohibióles hacerse a la mar. No es para descrita la pena que este contratiempo produjo a los relgiosos y en particular al jefe de la expedición, Padre Alessano, quien al pasar de nuevo por Zaragoza manifestó a sus henmanos de hábito la congoja que oprimía su corazón. Acercóse Fray Francisco al Padre Alessano y en voz baja, aunque con firmeza, le dijo estas palabras:· «No hay. que perder el ánimo. (1) lbidem. . j ..

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