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'"· 1 \ -87- mero, el de un Grande de España, antiguo amigo de Redín, quien le5 ofreció sus obsequios, que no aceptar{)n los frailes, y además nuestro biografiado, sin ningún respeto humano, exhortó con fer– vor a dicho Grande a apartarse de la mala vida que llevaba. El segundo encuentro fué con don Bernardo de Ipiñarrieta, Oidor del Consej'o de Ordenes, quien venía expresamente enviado por don Martín para llevar a los frailes en su coche y aligerar de este modo la llegada. 'Pero aquéllos rehusaron el ofrecimiento, e Ipi· ñarrieta regresó inmediatamente a Molina para comunicar al Buen Prior la proximidad de sti arribo. Durante este viaje hizo Fr. Francisco una interesante declara· ·ción a su compañero, diciéndole cómo había tenido la vocación religiosa por espacio de siete años continuos y que en todo este tiempo resistió .a ella; pero que por disposición divina, padeció tal desabrimiento, que ni los festines, divertimientos, ni mercedes que el Rey le hizo, jamás cosa alguna le pudo alegrar desde en· tonces el corazón, y que en las fiestas de mayor algazara, era más poderosamente estimulado de Dios con la vocación. De esta declaración se deduce que la vocación de don Tiburcio no fué una cosa repentina, motivada s"olamente por el desengaño de verse preterido injustamente, y menos aún por el efecto fulmi· · nante de la pedrada, como parece suponer Anguiano; sino deci· sión seguida tras madura deliberación. Mientras tanto, el asunto de la separación continuaba en el mismo estado. Moncalieri volvió de Alcañiz a Za~agoza, adonde llegó el 13 de julio de 1640. Luego de su llegada le abordaron los antes cita· dos comisionados navarros Mur y Cabanillas, con quienes sostuvo una conferencia de tres horas. ¿Cuáles fueron las decisiones tomadas en tan detenida reunión? El licenciado Mur nos lo dirá, en carta dirigida a la Diputa· ción de Navarra y feehada en Tudela a 23 de julio de 1640. «Respondió-el Padre General-a todas las razones en pro de la separación largamente y con gran prudencia, pues a la verdad el sujeto es cabalísimo.» · Dos fueron los puntos a que se redujo la argumentación: el primero, persuadir ser imposible e impracticable la pretendida se– paración; el segundo, que aun cuando no lo fuera, habrían de seguirse del logro de ella grandes inconvenientes. «En uno y otro sentido habló largo rato y con resolución de no hacerlo» (1) (1) Carta del licenciado Mur al Reino de Navarra.-Archivo del Reino. -Negocios eclesiásticos, legajo 2. 0 , carpeta 30. 1 ' ~. ~ ··.,-;
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