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l \: ,, 't ~¡ -80- irás .a la vida eterna. Porqu.e Dios quiere que aprendas a sufrir la tribulaci:ón sin consuelo.» Varios de los coloquios que sostenía con el crucifijo nos mues· tran este deseo: «¿Qué es esto--decía-, dueño mio? ¿Cuándo, Se– ñor, ha de llegar el día en que se cumplan mis deseos? ... Vos cru· cificado y yo sin cruz no se sufre...» Y Dios le oyó. No había de ser traspasado en sus miembros por los clavos, pero sí en su espíritu por las amarguras--clavos del alma--que le habían de torturar. Y en este aspecto, el sinsabor producido por la negativa dada a su pretensa fundación de Tafalla, no era sino d preludio de otros sinsabores más hondos todavía que habían de acrisolar el temple de la santidad que anidaba en el alma del novicio pam· plonés. : . ~. .

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