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',·. -68 :___ Bajó al lqcutorio y aumentó su sorpresa al oír que don Tibor– cío, a bocajarro, le declaraba su decisión de vestir el hábito ca– puchino en calidad de hermano lego. El P. Calatorao, sin hacer caso de aquel exabrupto, invitóle a pasar a la huerta. Allí habla– rían despacio. Y dejó que don Tiburcio hablase y se expansionase. Este le abrió de par en par los secretos 'de su alma y para depo– sitar en él más su confianza, pidió que le oyese en confesión. En– traron en una capillita que existía en la huerta, dedicad 1 a a Santa Maria Magdalena, y allí, en aquel lugar dedicado a aquella que fué gran pecadora, aquel gran pecador hizo ante el P. Calatorao la extensa relación de su vida licenciosa. Los pájaros cantaban en la enramada estallante, las flores pri– maverales pellÍumaban el espacio y en aquel ambiente de paz, la bendición del Señor, por medio de su ministro, descendió sobre el alma del pecador. Aquella sincera y dolorooa confesión edificó al P. Calatorao; pero a pesar d.e ello, con muy buen acuerdo, ,no admitió las mues– tras que daba Redín como señales de vocación comprobada. Dado el natural arrebatado de don Tiburoio, era muy posible que aque· llos aparentes signos de vocación fuesen na,da más que un arran– que generoso o lo que, péor sería, quizá concebido en un mo– mento de contrariedad por las .injustas pretericiones que le había hecho objeto el Duque de Nochera, cuando la campaña de Francia. Le hizo ver además la austeridad de la Orden capuchina, la que acaso le fuera difícil sobrellevar, ya que era de suponer que· su salud se hallaiía resentida por las fatigas de la guerra y por las heridas recibidas. · Redín éontestó punto por punto a todos los reparos del guai>– dián, diciendo que tal determh:iación no la tomaba por reveses de fortuna. Aunque era verdad que los desengaños recibidos por las injusticias con él cometidas le habían desviado del mundo, el Rey de España le seguía colmando con su regia consideración. El mÓ· vil de su petición era el de seguir la voz de su conciencia, que ya desde h'acía tiempo le apremiaba a abandonar el mundo; y no el18 eso de extrañar, pues aun en los tiempos más borrascosos de su vida conservó cierta devoción a la Santísima Virgen, según se lo había enseñado su madre cuando era niño. Volvió el guardián a encarecerle la austeridad de vida que imponían las constituciones de la Orden. «Los trabajos no me haráfl novedad por los muchos que he pasado hasta hoy, y aun cuando no hubiera tenido otro-añadió graciosamente~ue el de siete años de tormento en los pies por la .

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