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CAPITULO X LA PEDRADA Desengaños,--Quiere malthar a enderezar entuertos, pero le hien· . dep. la cabeza.-Noches de insomnio.-Volviendo en .sí y viendo claro en su alma.-Abandona la Corte.--,.A Pamplona.-El coche misterioso.-Hijo y madre. A mediados de abril de 163'7 hizo don Tiburcio un viaje a Madrid. Iba amargado, cas~ m'ohino, por las bellaquerías que a sus ojos ~e cometían.en el mando de la frontera. Como ·diría meses más adelante, «había reconocido la mala fe y las maldades y bellaquerías con que se trata el se!'IVicio de S. M.» Se hospedaba en una casa céntrica ·de Madrid muy cercana a la Puerta del Sol, que entonces, como hoy, era uno de los puntos más frecuentados de la Corte. Y aconteció que cierto dia los lacayos de la Princesa de Carig· nan armaron una gran reyerta en plena Puerta del Sol. La Prin· cesa de Carignan era una italiana que se ha.bía instalado en· Ma. drid, dond~ el Rey le pasaba una pensión anual de 48.000 duca· dos. Su servidumbre era numerosa, y a juzgar por las trazas, inso– lente en demasía. La pendencia comenzó con palabras fuertes, si– guieron tas amenazas y al poco rato las puñadas y pescozones. Coino el griterío que se levantó era ensordeCedor, no tardó en \ llegar al aposento de don Tiburcio, y éste, llevado de ese espíritu quijotesco tan propio de nuestra raza, de enderezar entuertos que nada nos importan, aunque para ello hayamos de sali11 con."las costillas apaleadas, tomó su caballo y picando espuelas se dirigió al lugar de la contienda. Acaso creyó que su sola presencia bas– taría para pacificar a aquella gente plebeya; pero a las primeras de cambio recibió tal pedrada en la cabeza que cayó del ·caballo completamente desvanecido. Esto bastó para dispersar a los liti· i'
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