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59 ---- Valparaíso a Zocoa y llntró en el castillo junto con Urtubia, de quien era pariente, y estuvieron charlando un buen rato. No tardó en llegar Arrue: Traía el cuerdo consejo, que le ha· bía dado el gobernador bayonés, de que, para no verter sangre inútilmente, entregase la plaza. Hízolo así Urtubia, y de este modo, gracias \a la intervención de don Tiburcio, se evitaron nuevas víctimas y se ganó una plaza más para España. Mas no todo d monte era orégano. Una ·sorda desavenencia existía ya desde el comienzo de la campaña entre Valparaíso y R~. ¿La causa? Que aquél no accedía a dar al Barón el título cl,e Señoría y éste en retorno se abstenía de dar a su jefe el tra– tamiento de e,xcelencia. Sin embargo, bien conocedores ambos de cuán perjudicial sería lll que se trasluciese a los ojos de sus súb· ditos tal estado de cosas, lo ocultaban con gran esmero. Pero en este mundo nada violento hay dumble, y el altivo don Tiburcio. buscaba ocasión de humillar al Marqués, quien como tampoco tenía nada de humilde, no pensaba tolerar el me– nor agravio impunemente. La defensa de Zocoa .dió pie para la querella. Furiosos los franceses ~or la pérdida de dicha villa, iniciaron una contra· ofensiva para recobnarla. Resisten con bravura los navarros, di– rigidos por Redín, y obligan al enemigo a retirarse, con gran– des pérdidas, del puente, cuyo paso intentaba forzar. El clamor de la victoria se extendió al punto por el campamento español. Valparaíso esperaba ansioso la llegada de Redin. Con fines bastante egoístas, por cierto. No para felicitar y recibir en triunfo al héroe de la jornada, sino para redactar con el parte de guerra que aquél le diera una brillante relación, atribuyéndose a sí pro· pio el mérito de la campaña. Quería de este modo desvanecer en la Corte el mal ambiente que en torno a su persona s.e iba formando. En efecto, el soberbio Valparaíso, que ya había comenzado a per– der simpatías desde el incidente que había tenido por cuestión del protocolo 'con el Obispo de Pamplona el año anterior, acabó dé enajenarse las de los pocos que aún le restaban fieles. En lugar de agnadecer a los navarros la desinteresada ayuda que Ie ·ha·bían pres. tado, los trataba con una tiranía tan despótica que llegó a mal– tratar a varias personas, no sólo de palabra, sino de obra. A este motivo de general descontento se unió otro: el de que mandó hacen levas forzosas contra la voluntad de los naturalll& del reino. Su poca previsión en dicha campaña hízo que muriesen mu· · ch,os de los nuestros, ya que faltaban municiones de boca, ves· tuario, etc. Era, pues, ésta la ocasión de reparar estas deficiencias.

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