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L -56- colocaron sus campamentos. Eran las dos de la tarde del 24 de octubre de 1636. Urruña, villa situada a mitad de camino entre Hendaya y San Juan de Luz, era, pues, el objetivo de las tvopas españolas. Hallándose los nuestros en dicha posición, se presentó el maes· tre de campo Redin al jefe de la expedición navarra, diciéndole que quería reconocer el terreno, por si había alguna l)mboscada, ya que era probable que la hubiese en tierra tan fragosa, llena de bosques y matoDrales. Concedióselo el Marqués y tomando Redin un arcabuz Jargo y una pistola al cinto, se fué solo y reconoció e1 - terreno. Al cabo .de algunas horas volvió. Traía ostentando en la mano una manzana y se la entregó al Virrey, diciendo: «La traigo de ceroa de Urruña y no he tropezado gente alguna.» Pidió luego doce soldados, porque quería i11 hasta las mismas puertas de Urruña. Como es de suponer, pareció a Valparaíso poca gente la que se pedía, y quísole dar más escolta. No lo admitió Redin, diciendo «que si t~aban emboscada se podría retirar con buen aire siendo tan pocos, pero qúe si iban en mayor. número eva forzoso pelear, con evidente riesgo y sin utilidad, porque el enemigo sería mucho y tendría la ventaja del sitio y del bosque». Convenció al Virrey este reparo y accedió a lo que se le pedía. Partió don Tiburcio con los doce suyos y habiendo reconocido hasta Urruña, dió cuenta al Virrey de que no había encontrado gente alguna. Acto seguido avanzaron los navarros, tomaron Urruña y .de– jando allí 200 mosqueteros de guarnición rebasaron Zubiburu -e hicieron alto en una loma, donde el Virrey mandó juntar Consejo de Guerra. Se reunieron en él el Virrey, el maestre de Campo don Gaspar de Carvajal, Diego de Unzueta, gobernador general de la caballería; el capitán Marco Antonio Gandulfo, don Martín de Valengegui, don Miguel de Mecdlalde, caballero del hábito de Santiago, Mi– guel Araiz, Señor de Eza (quien por su talento y la escuela que tuvo con el Marqués de Espínola en las guerras de Flandes y Lom– bavdía, era el más indicado para _dar un parecer en dicha ocasión) y don Tiburcio de Redin. En primer lugar, a simple vista se distinguían las fuertes de– fensas del enemigo en Bordegañeta, a corta distancia de donde se hallaban los nuestros. Y, en cuanto a la plaza y fuerte de Zocoa, se sabía por los relatos de los prisioneros franceses que había sido puesta -en estado de defenderse en cualquier evento. Algunos de los reunidos opinaban que se suspendiera de mo– mento el avance, no fuera que en una penetración tan profunda los ,.;-. ~~ l
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