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-45 brusa va produciendo leves depresiones en el ~menso plano líqui• do, graciosamente cortadas por blancos penachos de espuma. · A la vista la costa española, que va poco a poco alejándose y difumándose en la bruma marina del crepúsculo, de repente -¡Barco a estribor!-dama el vigía. En efecto, allá en el horizonte aparece un punto negro, que va aumentando gradualmente. Y detrás otro. Dos naves de cor· sanios, El nerviosismo cunde entre los «comharcanos» de Redín. To· dos los corazones, con la sola excepción del suyo, palpitan con ritmo más acelerado que el ordinario. Recostado sobre la barandilla de cubierta, con la mano sobre la frente, a modo de visera, el Baren observa con .fijeza los mo· vimientos de las naves, que se aproximan veloces. Y .volviéndose hacia el grupo de caballeros, exclama socarro· namente: -¡Moros en la costa! Los circunstantes se miran de reojo. . Todos abundan en la misma opinión: rehuir la pelea, pues las naves piratas semejan ser de gran porte. Pero el Barón no coincide en ese modo de pensar, y añade: --Caballeros; ha llegado .el momento de mostrar nuevo valor! Rumores. Un momento de indeciso .silencio. Por fin, a 1 lgu.ien se atreve a susurrar: «¡Es insensato presentar combate en esta coyuntura! >> Monta en cólera don Tihurcio, y con la espada en alto y atro– nadora voz ruge estas palabras: -Aquí hemos de pelear hasta morir o vencen; enemigos de– claredos son de nuestra fe y patria, y pues la ocasión se nos ha venido a las manos, la hemos de aprovechar, con la ayuda de Dios. Resolución tan firme hace mudar los pareceres. Los unos por temor a las iras del Barón y los más por no ser tachados de co- . bardes, pasan a ocupar su puesto para la lucha. Ruda y desigual se traba la pelea. Zumban las primeres andanadas de los navíos contrarios. · Contestan con brío los españoles, y tal partido sabe sacar don Tihurcio de los escasos medios de que dispone, que, tras de causar numerosas hajas a los moriscos, los hace huir a toda vela. En realidad no era ésta, ni mucho menos, una victoria de re· sonancia. En la hoja de seiiVicios de Redin existen triunfos de in· comparable más altura que el de esta escaramuza. Pero la coinci– dencia de haber sido testigos de ella don Francisco de Ibero y otros

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