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-37- sacerdote, y por otro, el deseo de vengar la ofensa recibida; sacó ' la espada, cortó al cl!irigo un pedazo de manteo y dijo: -Esto basta para (/wnpli!1 con el mundo; el no pasar a más, puede usted agradecerlo a su sagrado estado y carácter sacerdotal. Se marchó, y desde entonces, para evitar compromisos seme– jantes, jamás volvió a jugar con eclesiástico alguno. Representábase por aquellos días en Madrid cierta obre tea– tral en la que no quedaba muy bien parado el nombre de Nava– rra. Asistió Redín a una de las representaciones. Los actores--que sin duda eran notables artistas--eran coreados en su actuación con 11epetidas ovaciones. Pero llegó la escena en que el protago– nista pronunciaba ciertas frases despectivas para el honor de nues– tr() antiguo Reino. Oyólas don Tiburcio, y saltando sobre . el escenario, tal destreza se dió en repartir mandobles a diestro y siniestro, que protagonista y «malditos" se vieron obligados a emprender un rapidísimo mutis por el foro. Y de este modo tan original se dió por terminada la función.

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