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-32 ~ marchaba hacia el mercado a vender unas magníficas perdices. Di– rigiéndose a sus adláteres dijo Redin: «Ea, galanes, aquí hay perdices para todos; si place a vuesas mercedes, las rifaremos en casa del «Zapatilla». Aprobada la idea, hicieron trato con el aldeano, y cogiendo ias perdices subieron al garito. -¡Patrón, un juego de naipes! Los recién venidos rodean la mesa y comienza el juego. Pero no habían acabado de barajar las cartas cuando irnumpe a todo correr en la habitación un criado, exclamando con sobresalto: -¡Que vienen los alguaciles! Los reunidos esconden apresuradamente sus barajas. Hacía poco tiempo que el Rey había dado una orden mandando que se apresase y se castigase con rigor a los soldados a quienes se son- prendiera en casas de juego (1). ' El único que aparentaba no haber oído el aviso del criado era don Tiburcio, que no levantaba la vista de los naipes. Entretanto, alcalde y alguaciles asoman por el dintel. Los jugadores no saben qué partido tomar. El alcalde se acerca con sigilo al distraído juga· do~. En esto Redín, afectando aún no haberlo visto, grita con ale· gría a sus amigos, mostrando los naipes: -¡Flux tengo, mías son las perdices! Simulando entonces reparar en el alcalde, le pregunta, con forzada cortesía: -¿Qué se le ocurre a vuestra merced? • -Tengo orden de S. M.-contesta gravemente el alcalde--de , prender a cuantos militares halle jugando en casas como ésta. -El Rey mi Señor-replica Redín-no prohibe a sus soldados los entretenimientos decentes. El alcalde hace una seña a sus corchetes. Estos se dividen, ro– deando unos al Barón y yendo otro~ a custodiar la salida. Redin echa un paso atrás, saca al aire la espada y se lanza hacia la puer· ta. Salen aquéllos a cortarle el paso, y en forcejeos, caen varios al– guaciles, entre estrépitos de maldiciones, mesas que se derriban y co– pas y botellas que se hacen trizas contra el suelo. Para cuando el alcalde logra normalizar la situación, el promotor del barullo está ya a buen recaudo. Pe~o el atropello no podía quedar impune; tenía la agravante de haber sido hel((ho, no a un simple delegado, sino a un alto ma– gistrado de la autoridad real. A consecuencia de ello, se reúne la (1) En 20 de abril de 1629 expidió Felipe IV una cédula dirigida al Duque de Alba para que no se pennitiesen o¡ras «tablas de juego» que las que había en los cuerpos de guardia. ·

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