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CAPITULO IV BURLÓN Y PENDENCIERO En casa del «lapatüla».-Hace huir a alcaldes y alguacües.-El R&y perdona a don Tiburcio.--Su respeto a los sacerdotes.-Di– suelve, espada en marw, una función de teatro. Como hemos dicho en el capítulo anterior, en junio de 1623 llegó don Tiburcio a Madrid, donde el Monarca le concedió el há– bito de Caballero de Santiago. Ya hemos indicado en el citado capítulo algo ilel tenor de vida que durantll su estancia en Madrid seguían él y sus camaradas. Se reunían cori frecuencia en una casa de conversación (1) propiedad de un individuo a quien apodaban «el Zapatilla», don– de pasaban grandes ratos jugando a las cartas entre sendos tragos de vino ·o de licor. Al l)ntrar en: ella Redín cierto día hallábanse de charla animada ciertos caballeros, quienes al verlo entrar se levantaron en el acto y con mucha cortesía le ofrecieron sus asientos, excep.to uno, que perman~JCió arrogante clavado en su silla. • Don Tiburcio la emprendió con él y levantando en vilo al ca– ballero con su asiento, lo tumbó en el suelo, diciendo a los demás circunstantes: «Muchas gracias, señores, peoo éste es el asiento que me corresponde, y en él he de sentarme aunque pese a la Bula de Cruzada.» El matachín caballero se escurrió ruborizado. Otro día en que se paseaba ·por una de las calles más concu- · rridas de aquel Madrid de entonces, calles estrechas, que los sa– lientes aleros de los tejados hacían sombrías y húmedas, repletas de heterogénea y abigarrada multitud de aventureros venidos -de las campañas de Flandes y Alemania, se fijó en un aldeano que (1) Se encubrían entonces con el nombre de «Casas de conve~saci6n», lo que más llanamente se llamaban garitos o tablas de juego. \ '~ ("'.

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