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-29- Bien cuadran a nuestro héroe aquellos versos de Jorge Man– rique: « ¡ Qué amigo de sus amigos ! ¡Qué señor para criados e parientes! ¡Qué enemigo d'Cnemigos! ¡Qué maestro d'esfor!;ados-e valientes! ¡Qué benigno a los sugetos A los bravos e dañosos- qué león ! » ( 1). (Estrofa XXVI.) Muchas veces los lances .l!n ql!e intervenía no pasaban de ser cómicos sainetes con la obligada fuga de los alguaciles por el foro; pero otras, cuando era dominado por el aiirebato de su na– tural, el sainete degeneraba .en tragedia y no retrocedía ante el crimen. Así lo demostró cierto día en que, viajando en un barco y habiéndose echado a dormir un rato, turoáronle el sueño dos sol– dados que comenzaron a discutir l!n alta voz; levantóse aquél y, tras hacerlos callar, volvió a su hamaca, dispuesto a reanudar su sueño; de nuevo volvieron los mílites a discutir y de nuevo se levantó Redín, consiguiendo acallarlos; pero no ·bien se hubo .echado en su lecho, cargados ya sus ojos de sueño, cuando aquéllos, que sin duda se hallaban tenaces en su disputa, levantaron aún más que antes el ·gritenío. Dirigióse esta vez don Tiburcio, ciego de furor, hacia el principal promovedor del altercado, quien al verlo llegar, temiendo por su vida, lanzóse al mar; pero ni esto le valió, ·pues el fiero Redin arrojóse en pos de él, y tras nadar un buen Il8to, pudo l!charle mano. Al sentirse medío ahogados se desasieron; pero viendo don Tiburcio que se le iba a escapar su perseguido, nadó de nuevo tras él, y quitándose una daga que llevaba al cinto, clavósela en el corazón. Horrible caso que nos demuestra de qué era capaz cuando se dejabá llevar de su natural humor. En cuanto a la fe la conservó incólume durante toda su exis· tencia, áunque aTI\astrado por malos ejemplos y por el fuego de la edad se encen.egara en los vicios durante gran parte de la primera etapa de su vida. La figura de don Tiburcio de Redín es, por tanto, análoga a la de tantos aventureros de su época, quienes tras una juven– tud borrascosa y libertina, l!n la que no respetaban a nada ni 11 (1) Coplas a la muerte de su padre, el Maestre de SanÚago, don Ro– drigo Manrique.-Estrofa XXVI.

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