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-20- Hemos dejado para el final., aunque cnonológicamente debe ser antepuesto, a don Beltrán Cruzat, el caballero que con su Rey Teobaldo II se marchó a la Tierra Santa. Siglo XII. Las Cruzadas. Explosión de fe. Los trajes guerreros· de los cristianos, rasgados por cruz escarlata. Es el signo contra los infieles. Allá, en Tierra Santa, el sultán Saladino, enemigo del nombre de Cristo, ha entrado a saco en Jenusalén. La Verdadera Cruz en manos de los sarracenos. La Iglesia del Santo Sepulcro convertida en mezquita. De nuevo Jerusalén es la ciudad del dolor. Allá marchan los cruzados. El feroz Saladino acude presuroso a contenerlos. Acosados de súbito por el empuje de los musulmanes, se ven obligados a refugiarse en el monte Hattin, el lugar en que el Divino Maestro pronunciara un día el sermón de las bienaventu· ranzas. A la aplastante superioridad de las huestes del Sultán se une s1; perfidia, pues prenden fuego a los matorrales que cercan el monte. \ No obstante, los cruzados venden caras sus vidas, y aunq~e no logran entrar en Jerusatén, Sal'adino hace un pacto con los cris· tianos, concediéndoles el derecho de poder entrar con libertad en la ciudad deicida. Ha terminado la tercera cruzada. Diezmados vuelven los caba· l!eros cristianos, pero con la frente erguida; han puesto a salvo el hono~. Entre ellos va don Beltrán Cruzat, el caballero navarro del Burgo de San Cernin. De él dirá nuestro Lope de Vega siglos más tarde: «Aquel que sobre bandas de oro lleva Negros armiños sobre blanca plata, De los Cruzates el valor comprueba Y el Ponto Euxino al Indio mar dilata.» (Jerusalén conquistada, libro 19, pág. 488.)

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