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. .. -115- L~egaron a La Guayra; . un sol de agos~o abrasador refulgía en los arenales de la costa. Bajaron a tierra al paciente y lo alojaron en la casa en que se hospedaban don Mariano Bravo de Acuña, recién nombrado ·go– bernador de Gibraltar, y D. Francisco Maldonado, de Sevilla. Por circunstancia providencial, se encontraban en La Guayra dos religiosos capuchinos, quienes no se apartaron un punto de su . hermano en Religión. El mal avanzaba rápidamente; escoltado por un piquete de . soldados .e iluminado pon los cirios que llevan Montano, Brávo, Radillo y Maldonado, el Dios-Eucaristía viene al pecho de su fiel servidor. Al anochecer, don Diego, al ver los dolores del paciente, pone la cruz !!n sus manos, diciéndole: «Tened aliento; tomad vuestro crucifijo.» -Sí, dadme el crucifijo--contestó aquél-; mas no digáis mi crucifijo, pues yo no poseo nada. ¡Sublime expresión de la santa pobreza! Es la media noche. Se acerca la hora del último viaje. Uno de los religiosos, al v!!rlo entrer en la agonía, le dirige palabras de aliento. Y el moribundo susurra estas palabras, de encantadora inge– Ruidad: -Yo espero salir de este mundo con la misma alegria con que sale un niño a jugar con otros compañeros suyos al trompo por la calle. Fray Fnancisco sonríe con sonrisa celestial a los que rodean su lecho y dirige tiernos coloquios al crucifijo que estrecha en sus manos. -Señor, aún puedo más; mandadme más sufrimientos pa~a que expíe en la tierra mis pecados.· Y besando la cruz; prosigue: ·-Más pesada era vuestra cruz y la subisteis al Calvario, Jesús mío. Pero yo no tengo fuenzas para tanto· y temo caer... Dadme fuerzas, Señor misericordioso...· Momentos de agonía. Por fin ... -¡¡Adiós!! ¡Hasta el Cielo! . Aquel gran corazón ha dejado de latir; aquellos labios que con tanta fe predicaron el Evangelio selláronse para siempre; aquel cuerpo ágil !! incansable, inmóvil quedó en tierra, y aquella ahna punificada de sus pecados antiguos por una vida austér¡¡, subió a la Gloria. · .. '•¡.