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-111- francés de la isla, aunque le recibió caballerosamente, le prohibió ejercer en ella su apostolado, por lo cual el de Pamplona, hubo de dirigir~e a Cumaná, donde continuó con éxito sus apostólicos afanes. Pese a todos ~tos motivos de gloria, el Hermano Francisco contmuó siendo el humilde lego que hemos venido admirando des– de su noviciado. Transitaba cierto día por una de las principales calles de Pa– namá. Acertó a cruzar pon allí una compañía de soldados y uno de ellos, reconociéndole, dijo a sus compañeros en voz harto per· ceptihle: · -Ese es el Padre Francisco de Pamplona, gran soldado y ca· ballero; mejor que nosotros sabe los deberes militares. Al oír esto Fr. Fnancisco, ~:ual si hubiera visto en esta frase uná instigación de Satán, se arrojó al suelo y, cubriéndose al mis· mo tiempo con el barro que cubría la calle, exclamó: -¡No soy sino •1m montón de basura y un vil p.ecador! Pero la contradicción es la señal de las obras de · Dios, y no podía faltan en esta empresa, llevada a cabo en honor de su Di· vino Nombre. En . efeeto, lenguas vipeninas comenzaron a calumniar a los misioneros, achacándoles el que para granjearse el respeto de los indios, recurrían a hacer falsos milagros. Los misioneros, en un principio, despreciaron tan burdas es· pecies; pero al ver que el Consejo de Indias deseaba informarse sobre tales acusaciones, decidieron que un miembro prestigioso de la Orden pasase a España a defender el buen nombre de los ~i· sioneros oontra la,s maniobras de 1os enemigos de la Religión. Deliberaron los superiones sobre quién ·había de ser el repre· sentante de la Orden Capuchina que compareciese ante el Real Consejo de Indias. Todos convinier~m en que el más indicado er¡¡ el Hermano Francisco de Pamplona. -¿Y va a marchar solo?-inquirió un0o de los reunidos, .-¡No va solo!-replicó el Superior-. Lleva a Jesucristo en su COJ:lllZÓrL Y estoy seguro de que, solo o acompañado, cumplirá a la perfección con su deber. . •, .·f

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