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'i l' r . · ~ · ~¡· - . , , ' 1 -104- en el siglo anterior por Enrique VIII, continuaba con más o me– nos intermitencias. Entrar en la capital vistiendo el hábito era jugarse la vida. Pero nuestros dos frailes no titubearon y desembarcaron sin dis· fraz alguno. Se ignora la causa, pero lo cierto es que al principio nadie los molestó. Como el celo apostólico los devoraba, no se resignaban a estan mano sobre mano .durante su forzosa estancia ~n Inglate– rra. Pronto empezaron a ejercer su apostolado entre los católicos. Estos los ·recibieron con gran cariño, como a enviados de Dios y O()mo a españoles, pues no olvidaban lo mucho que España había hecho por ellos desde los comienzos de la mal llamada Reforma. Y como en los tiempos de las persecuciones contra los primeros cmstianos, los dos religios·()S marchaban ocultamente a las casas de los católicos, les animaban a permanecer firmes en la Fe y el Padre Sessa les absolvía de sus pecados y administraba la Sa– grada Eucaristía. Delatados a las autoridades por ejercer actividades contra el culto del Estado, fueron encarcelados, cual si fueran dos malhe– chores. Al verse ert los calabozos Fnay Francisco se llenó de gran ale– gría pensando en la proximidad del martirio que él creía cercano, tanto es así que llegó a persuadirse de que fuese la plaza princi– pal de Londres el teatro de sus mayores dichas donde se ejecutase en él un sangriento destrozo por la confesión de nuestra Santa Fe Católica Romana. Pero enterado el enihajador de España del encarcelamiento de los misioneros, hizo en la Corte inglesa las gestiones pertinentes para su libertad, como al fin lo c.onsiguió. Había durado la prisión dieciocho días. El Gobierno anglicano puso la condición, al dejarlos en liber– tad, de que saliesen de Inglaterra sin dilación alguna. Al comunicar a los frailes la orden de destierro, Frey Fran– .cisco sintió mucho haber perdido la ocasión de dar su sangre por' Jesucristo y pretendió salir a p~edicar abiertamente el Evan– gelio por las calles de Londres, cosa que no pareció prudente a su compañero, quien como superior suyo que era, le obligó a. mo– derar sus apostólicos fervores. De Inglaterra pasaron a Francia, la cual cruzaron a pie,· lle– gando a España, donde se presentaron a los super>iores de la Or– den. •Dieron cuenta a éstos del estado de la Misión del Congo, y recibi'das sus órdenes e instrucciones sobre los problemas misio• ( ;_ ...t ·.

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