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70 LA PRUEBA DJil DIOS su virtud. Pero Dios se reservaba aún sus pro– pias pruebas: la tribulación y el dolor vinieron luego a poner en el crisol al mismo Instituto mecido hasta entonces en los brazos patemale11 d el Señor. Ya no sería el P. Esteban sino Dios quien llevaría a la fundadora por la abrupta pendiente de la contradicción. En carta que ella escribió al Sr. Estrada des– de Vich, el25 de Octubre le dice: «Tengo en mi compañía trece hijas espirituales: ensAñamos a cincuenta niñas, y otras nos han hablado de ve– nir> . Crecía, pues, el pequeño grano de mosta– za: pero en cuanto comenzó a hacerse pública su florescencia y a ser una amenaza para los planes de los sectarios, éstos le juraron odio y exterminio. Jóvenes disolutos y de ruines al– mas, diéronse la tarea de rondar todas las no– ches la apacible morada del Escorial donde vivía la buena Madro con sus queridas novicias, las cuales soportaron en silencio por algún tiem– .po los indignos denuestos y las piedras de aque– llos malvados: amaban ellas su retiro y espera- ban confiadas la hora de Dios. Cuando el Sr. Obispo lo supo, y vió que era plan preconcebi– do y que no cesarían de molestar a las Religio-. sas, creyó prudente trasladar su residencia al centro de la ciudad donde alquiló una casa por el momento. Tuvo, pues, la Madre Joaquina el dolor íntimo y muy hondo de tener que aban– donar su querida soledad; aquel rincón delicioao,

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