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50 LA HERMANA JOAQUINA DE S. l'CO. DEl ASÍS y. dignidad ingénitas se impusieron al público y cesó la extrañeza por su nueva vida, el P. Este– ban le mandó ir con frecuencia a la Casa Mise– ricordia de la ciudad, pedir allí de limosna su comida, y aún ganarla sirviendo a los asiiados en compañía de las Hnas. de la Caridad, con las cuales ella adquirió el compromiso de que deja– ran a todos que la pisotearan por amor de Dios, mientras repetía humildemente esta oración~ cSeñor, tened piedad de esta pobre pecadora•. Pod)·á esto parecer absurdo a la menguada. razón humana, pero en la razón divina es el cri– sol del santo y la garantía del éxito. Así lo cre– yó el P. Esteban antes de entregar a la Iglesia aquel precioso instrumento que Dios había ele– gido para tanto bien: lo probó y con suma pru– dencia lo dió por bueno, ordenándole en ese mismo año, reunir algunas compañeras e inau– gurar el Instituto con el~ombre de ~Herman­ dad Penitente de San Francisco de Asís•. * * * El obispo de Vich.-Con esto creyó el humil– de capuchino cumplida la orden que recibiera del cielo: buscaba un Prelado que autorizara la Obra, para poder él continuar sus trabajos apos_ tólicos, y Dios proveyó misericordiosamente. Casi dos años hacía que la Sede Episcopal de Vicb, estaba vacante, desde el sacrílego asesina-

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