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ANTJil J!IL NUJilVO DIRECTOR 43 sá.nta abuela, que, centrando ella a la Iglesia vió en el presbiterio a un venerable capuchino en oración: acercóse rospetuosamente a él y le pre– guntó si habría luego misa. Levantó la cabeza el P Esteban, (pues él era el que allí oraba), y mirándola le dijo que sí, que a ella estaba espe– rando para comenzar el santo Sacrificio. Enton– ces doña Joaquina le pidió por favor que antes la oyera en confesión, puEis quería comulgar, a lo que accedió inmediatamente el Padre•; y aquella primera confidencia tan casual, tan ino– pinada y ligera al parecer, .fué la revelación pri– mera inconfundible que Dios lo hizo para orien– tarla en su vocaciún. Int(lrvino Dios, dice ella misma, cy desde ese día ol P. Esteban empezó a dirigirme confiándole yo todo mi espíritu, y me sujeté a la Voluntad divina manifestada en sus santas palabras». Manifestó la humilde penitente al hombre de Dios su antigua y siempre nueva ·voluntad de encerrarse en el claustro, pero oyó con gran es– tupor suyo que aquélla dijo: «no es esa lavo– luntad de Dios, sino que quiere de Ud. una Congregación de Hermanas con el doble objeto de asistir a los enfermos. y de enseñar y educar niñas en los Colegios•. Ya podemos calcular la situación de su espí– ritu ante la transformación súbita del escenario en que se había movido hasta entonces: pregun– tó entonces ella «Y ¿dónde hallaré yo esas her-

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