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EL llANSO DEL ESCORIAL 38 de su esposo con una seguridad y con un domi– nio de sf misma, que puso admiración en todos. Lo sabía. Dios se lo había dicho; y como ella re– firió después a una religiosa de su confianza, en el instante mismo en que espiró D. Teodoro, le pareció oir que el Crucifijo colgado a la cabecera de su cama le decfa: «Ven ... ahora que pierdes a tu esposo, te elijo por esposa mía». * * * El Manso del Escorial.-Desde aquel ins– tante quedó formada su resolución; en adelante sería toda de Dios; y en cuanto lo permitiera la edad de sus hijos, abrazarla ol estado religioso. Persuadida de que la soledad . del campo le se– ría más favorable que l11 bullicio de Barcelona para entrogarso de lleno a sus deberes de ma– dre y do cristiana, levantó luego la casa de la· ciudad y con todos sus hijos fué a establecerse definitivamente en la casa solariega heredada por su hijo mayor·a la muerte de D. Teodoro. Allí la esperaba el Señor para revelarle sus secretos. Era el Manso del Escorial una hermo– sa posesión señorial rodeada por todas partes de jardines y huertos: el majestuoso panorama que desdo olla se divisa se extiende por el Nor– te hasta la cordillera del Pirineo; se divisan las alturas de Ntra Srn. del Coll por el Este; al Sur se descubre el boiHsimo campo de Montseny; y por el Oeste el 'l'agamnuon~ que domina el

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