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242 CONCLUSIÓN Empeñarse cada uno en adaptar los gustos de Diqs y sus caminos, a planes preconcebidos y extraños a la realidad donde El nos llama; o no querer ver a Dios si:11o en Jo sorprendente y milagroso, como si en -ello solamente estuviera el dedo de Dios, es equivocarse desde el princi– pio, y correr mucho quizá - pero fuera de cami– no. Lo que es preciso santificar, elevar, divini– zar, &s la vida misma informándola de lo sobre natural. Si Dios quiere poner a sus amigos en– tre rayos de luz que llamen la atención -de los que les observan, no es cosa que a nosotros tóca; es el beneplácito divino: son gracias gr:atis datas que más bien se dan para los que miran que para los que las muestran; lo mejor, lo más seguro es -«seguir la escondida senda de los _Santos que en el mundo han sido». Tal es la sierva de Dios cuya vida hemos escrito. Puede por lo mismo ofrecerse a la imitación de todo cristiano, cualquiera que sea su estado y con– dición. La docilidad amable en seguir la dirección de los que guiaban su conciencia en nombre de Dios; la heroica sumisión a las indicaciones de los que, en el fuero .externo, gobernaban sus actos en no¡nbre de la Iglesia, es una lección de trascendental importancia, en estos tiempos de agudo individualismo, de subjetivismo mls– .tico y de anarquía espiritual. No ver a Dios, ni su gusto, ni sus designios; sino a través de gua-

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