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~- P.t••'.\T.\1, U ~Sfi:Nt.AC" 171 r11nd1\ IJUil lonc:n sl'is días que gnnrdaba cama. No hnt.fa ti..mpo que perder; dolores espanto– sos, d vórnito incontenible, el amoratamiento y casi onrwgmcimiento d€1lrostro de la pacient€1 convencieron a todos de que llegaba la muerte. Acudi•'1 también el Capellán, y observando q11e a·eoobraba el conocimiento, que cesaban los vó· mitos y que la enferma pedía con an.sias comul– gar, le prodigó ~ste supremh consuelo, le puso la Extrema-unción; y manteniendo ella plena conciencia y admirable presencia de ánimo, exhaló su últiino suspiro a las once y media de la mañana, rodeada do la M. Veneranda y de c11antas Hermanas pudieron dos¡¡ntenderse, sin !altar, do la at€\nción do los otros coléri– cos. Existen relatos, que parecen aún ecos del dolor do aquellas buenas hijas en presencia de su madre, y escritos con sus lágrimas, demos– trando la consternación que se apoderó de to– das ante la tremenda realidad que no acertaban a creer. Haremos de ello gracia a nuestros lec· tores, quienes adivinarán sin esfuerzo las esce– nas que se dE-sarrollaron on aquella alcoba que fuó el últ.imn pddniw uo un largo calvario. Con– taba al morir la V. Madro .)onquina uo Ve– d•·uua do l>las do! P. San l~'ranciseo, soteuta y un a.ños, cuatro lllllSOS y caton:o oías. Hacia dos. años quo estaba inutilizada y apartada del Go– bierno del lns•itnto: había. desE-ado morir olvi · 12 •,

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