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REAPI'lRTURA DEL NOVICIADO 125 no acertábamos a llevar la comida a la boca y derramábamos a hilo las lágrimas. La Santa Madre tuvo por fin que hacer parar la lectura: tanto ora lo que había conseguido de sus hijas tan amante Maestra ·y Madre. Pero, en cuanto se cantaban el Sábado Santo, las Ale– luyas, la Madre se transformaba de nuevo: salía por los claustros con una campanilla en cada mano agitándolas rápidamente, y nos daba li– cencia para meter todo el ruido que pudiéramos, con todos los instrumentos que halláramos a la mano. Su rostro recobraba su habitual joviali– dad y andaba como fuera de sí de puro consue– lo y gozo por la gloria de Jesús Resucitado:o. Quería que sus religiosas tuvieran siempre en lo más hondo del alma el manantial santo de la pura alegría: «deseo, les decía, veros siempre contentas, que comliis con gusto y durmáis bien. Alegres sí, porque al buen Jesús le gusta mu– chísimo habitar en el corazón de una hermana que todo lo toma con santa alegría:o; y cuando notaba que alguna estaba triste solía decir con mucha gracia: «Alerta, hijas mÍi\s, que el demo– nio anda por casa con la cola levantada». No quiero, les repetía, que ninguna esté triste en nuestra eompañia». Uuijtaba asimismo, la Ma– dre Fundadora do rlat' suma importancia a la llegada de las nuovns postulantes. «Cuando en– traba una joven bajábamos todas las novicias a la portería y la recibíamos entre demostraciones
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