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116 A YI!ILA8 DI!I~PLBGADA8 muchas penurias que pasaba en Francia y de las grandes preocupaciones que afiigía~ su corazón. Le ruega que entregue a determinada persona de Barcelona unos diez napoleones qu~ le había prestado la marquesa de Puertonuevo: apurá– bala en ésto, manifestando exquisita delicadeza de conciencia: y a renglón seguido le habla de enojosos asuntos de su familia que siempre ls mortificaron, y le da reglas para la selección que debe hacer entre las muchas jóvenes que pedlan ser admitidas en el Instituto esperando su re– greso. «No recibas las que son criadas (sirvien– tes) no nos convienen: que no lleguen las que admitas a los veinte años, o que no pasen mu– cho: que sepan leer bien el latín y obras de mano y todas las labores de su sexo: ya puedes despachar a muchas; tenemos que acomodar bien las admitidas, después de mirar mucho las que tenemos» . Inclúyele también cartas ce– rradas para sus dos hijas de Pedralbes, permi– tiéndose un desahogo por donde podemos con– jeturar lo que sufría: «tengo, dice, el corazón partido y hecho pedazos por muchas partes». Muchas y muy crueles heridas estaba efecti– vamente recibiendo, mientras preparaba su re– greso a la patria. Una de las m'ás dolorosas era, sin duda, la internación en Francia de su hijo D. José Joaquín, obligado a establecerse en Bourg-en Brese, sin esperanzas de verlo resti– tuido a su .hogar. Mientras en Vich, desde el

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