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J>lliSnfl llJllROA AL nillBTIJllRRO 91) nadie se croyó seguro, y todos pensaron en po– ner en sl)lvo a las buenas religiosas que habían onjugado tantas lágrimas y que serían blanco especial de las venganzas de los vencedores. Obligadas pues por los magistrados y por el mismo Sr. Capellán Vicario General Castrense D. José Sors, abandonaron el hospital entre las lágrimas y sollozos de los pobres soldados; y llevando consigo apenas lo necesario que pu– dieron reunir en la precipitación de la huida, caminaron de prisa para refugiarse en las mon– tañas. Todo se temía de la soldadesca dcsonfro– nilda y sedienta de vengamm. La Madro .loa– quina mantuvo el ordon y ¡,, conlian?.>l on pro– pios y extraños: su continonto gravo y Lrunquilo en medio de la confusión y aprosuramiento de los más espantados, dió a todos la medida dH la grandeza de aquella alma toda unida a Dios y siempre fiada de El. Cinco días duró la primera jornada, terrible– mente penosa, por ser en plena canícula, con un calor sofocante: la sierva de Dios, trahajada con tantos sufrimiento3, no decayó do :íninw 1111 momento y sostuvo d de sus hijaH r¡un lu ~~~guían confiando en salvarla, ¡ntP~ Habían por triste oxperiencia cuanta saiía gunrdnhan loH enemigos contra ella personalnt111tt.n. Los fugitivos traían m1tl1L Hilo ntwvas más alarmantes que otro, aunHntt.ando l11 •·-•míusión; pero la Madre hacía onu:i•'111 ; P"rngrinaba co~
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