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9.j. NUEVOS AYA.l<CES Y NUEVAS CRUCES que esta ciudad fuese el centro de las ambulan– cias de la tropa, y que se recogieran en su hospital todos los heridos y enfermos de la región. In– sistió entonces el Prelado diocesano en su peti– ción a la Madre que ya estaba retirada en Bar– celona por los vejámenes que hemos visto. · En– tOnces ella, aprovechando la forzosa paralización del Noviciado, dejó en la Casa Matriz dos her– manas para su guarda, y trasladóse con las de– más a Berga, donde comenzó su apostolado con un fervor admirable, sin las trabas que los men– guados esbirros le pusieron en Vich. ¡¡Con qué santo ardor cuidaba ella y hacía cuidar a aquelle(robustos jóvenes caídos en los campos de batalla por una causa que ellos iden– tificaban con la de la Religión!!... ¡¡Cómo los aconsejaba y reprendía maternalmente, y los ayudaba a morir santamente!!..'. Los soldados y los jefes, y toda la población de Berga las bendecía llamándolas a boca llena los ángeh1s de la Caridad. Cuatro años estuvo allá con sus hijas; pero las vicisitudes de la contienda fra– tricida cambiaron de repente el escenario: las tropas gobiernistas seguían victoriosas recon– quistando las ciudades perdidas: los legitimistas estaban en franca derrota y Berga debía caer muy pronto en poder de los ejércitos triunfan– tes. Propagóse luego la amenaza con todas las al:>rmas . exageradas que siempre se inventan, ') ' i -1 ;. .

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