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Una noche vieron todos los vecinos andar por la calle una llama azul; desde entonces todos cerraban las puertas haciendo la cruz. Después de veinte años, visité mi pueblo, y quise una tarde ver el callejón; mas ya no existía, y vi unos jardines cubiertos de flores, radiantes de sol. Y me dió tristeza . Aquellas casuchas que tanto, de niño, me hicieron temblar, parecían partes de mi vida toda, pedazos del alma, granitos de sal. La sal de los pueblos antiguos, caducos, la sal de recuerdos del alma infantil; sin ella la vida no tiene esa gracia que me gusta a mí . Dejad a los lienzos sus sombras oscuras, dejadle sus furias tremendas al mar; la vida del hombre será siempre eso: tinieblas y luces, reir y llorar . Publicado en Caras y Caretas, agosto de 1927. -48-
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