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-70- ponernos vergüenza de nuestra cobardía, y de– be demostrarnos, que entrando en la batalla en -al nombre de D ios, no importa que seamos jó– venes o ancianos, sabios o ignorantes, débi-les de cuerpo o <robustos de natura-leza . . . Pero detengámonos pensando, en que las peleas del religioso no son ún icamente para vencer al Go– liat del pecado y de -la tentación. Nosotros de– bemos luchar por ·logra-r vi-rtudes, que es con– quistar la p'laza de Jerusalén Y cierto que mu– chos •·elig!csos son valientes y resueltos en esta campaña ; pero también es posible que otros muchos suframos de cobardía espiritua·l que nos impida avanzar en el terreno de la virtud como es nuestro deber. La cobardía espiritual es como un3 espe– cie de pánico que resulta en nosotros de m1-ra-r las cosas que serán necesarias hacer para ser varones espiritua-les. Como .los que van de no– che por un campo y ven cerca o lejos un bulto que se mueve, siendo cobardes temen un peli– groso paso y se hacen atrás. .Primeramente somos cobardes porque no contamos resueltamente con el favor de> Dios y todo nos parece difícil. Leemos vidas d e San– tos y nos desmayan d iscurriendo sobre 1o que hacían y les acontecía, y dec imos: ese no es pa– ra mí. . . Los santos fueron y son de nuestra mis-ma condi-ción. Eso sí que e!·!cs ten Í;¡n más va– lentía. Además, el favor de Dios lo misrno se presta a el·los que a nosotros ; más a los co– bardes viene con poca fuerza peque no hay dis-posición. Quiquid rec ipitur per rnodum reci – pientis recipi tur (5. Ev.). En segundo lugar somos cobardes ·po·rque pensamos que es bueno ir por camino _corrien– te y ·llano; lo cua:! no deja de ser un pretexto que autoriza la poca voluntad de hacer más;
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