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-54- convento, y que es un deber del religioso dar gracias a Dios por la vocación. Muchas veces pensamos que si San Fr;:m– cisco intentó fundar una Orden como una in– mensa red para ganar a•lmas dándonos un me– dio más eficaz de salvación, ·legró eficazmente su objeto. Es incuest·ionable que, acaso la mayor parte de los que ·en la Orden esperamos sa-lvar– nos, nos hubiéramos perdido en •el siglo. Es in– cuestionable que por un pecado que se p ueda comet·er aquí cometeríamos cien allí. Pero no se trata de esto. Cierto de que es una conside– ración feliz para mov·ernos a gratitud. Más San Francisco quería , además, una Orden de varones ejemplares, seguidores de jesucristo; y por lo mismo, tenemos -en nuestra profesión mayores obligaciones. De ·ahí que tenemos necesidad de vigi'la-r nuestra conducta a fin de no dar •luego a ~e­ lajaciones y flojedades que sean puerta o arco pa– ra que entren más duros los dardos del ene– migo. A quien más se •le dá más se le pedirá . .. No puede contentars-e el rel igioso con no come– ter pecados. No puede s:ltisface r s~1s promesas con el cumplimiento de las obligaciones cris– tianas. Hay que mirar que la responsabi·lidad está a la medida de •la profesión. Por eso dire– mos con el apóstol:. . . Magis satagite un cer– tam vestram electionem et vocationem faciatis. Cada día tiene su malicia. Cada día debemos reafirmar nuest-ra vigilancia. No debemos provocar mayores tentaciones con nuestra infidel·idad. Entre nuestros hermanos, hubo, hay y ha– brá santos ·religiosos, vigilantísimos, purísimos. Es gran consuelo pensar que vivimos entre gen-

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