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-51- f,; c;l ... También es fáci l decir de otro que es ;.¡n tna-1 pen·sado, y acaso esto mismo es un mal ¡::J0nsamiento. ¿Quién sabe el interior::>. Si tenemos gusto en formu!ar _; m.:1os me– ,cs santos, y somos inclinados a ve r ·las cosas obscuras y negras, tenemos un recurso admi– rable: juzgarn~. . . Estos nuestros juicios per– ~o!lales por malos que sean nunca son temera– rios Más ¿por qué hemos de ir a reparar en :a motita que aparece en el ojo del vecino, te– niendo vigas más que regulares en el propio ojo? Nada más provechoso en tcdo .esto que mit·:Jr a jesús que desde el interior •nos grita: ~quid ad te? tu me sequere ... De nuestra parte pensemos en nuestras la– Ci"2S interiores ¡Oh si me conocieran! decía San Gernardo ... Hay pensamientos que, como las ·rosas, vie– r-en <1 perfumar el alma ... uno de ellos es este : "' nunca nos juzgan tan mal os como sabe Dios que lo ·somos; pero ningún juicio adverso nos roba •un átomo del bien que D ios ve en noso– tros ... Nunca juzgamos mejor que cuando nos ;uzsamos ,malos. Pensemos en nuestros d~b~res más que en nuestros derechos y seremos m<ls invu'l:rlerabtcs J les juicios ~emera·rios. No olvidemos que siem– pre permitirá Dios para nuestra de¡nmtci6!l in-– terior, que haya hombres enem igos : i:'únicus !lomo". Hombres que tal vez serán mejores que nosotros , o acaso peores y que llevan una oh– sesión fatal, que como a Caton 'les haga deci·r hasta en sueños: "del·enda est Ca rtago". Ellos :quivocan sus juicios, pero Dios nu•nea sa equi– vcx:a en 'los suyos. En lo que juzgan mal tal vez
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