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-44- ción y santificación. Dios permite a veces catás– trofes tremendas por 'lograr formar en la tribu– lación a una sola alma que quie re encumbrar. P·ara El, ¿qué son las catást·rofes? Todo es tem– poréil. Sólo apreci¡¡ el bien eterno de ·las almas y, muchas veces, del fu·ego horrible de las gue– rras mism3s saca el Señor venta jas espiritua les. Nosotros debemos ten·er e n cue nta esta con– ducta de Dios. Primero nos debe interesar el pro– vecho del alma este provecho se conecta muchas veces con •la privación de muchas cosas o el su– frimiento de muchas vanidades. Cierto que an– damos muy equivocados al p ensar que son las causas segundas las que provocan nuestra prue– ba. Como necios en quienes aun no alborea •la inte'l igencia solemos indignamos contra cual– quiera persona de ·la que creemos proviene nuest·ro ma·l. Tal vez sea nuest ro bien. Cuando pasa la primera impresión y sosegado el va i– vén de Jas olas interiores se posa la calma en el corazón, vemos a ojos vista que aquel lo que pa– recía un ma•l, y lo podría ser tempor<>lmente ha venido a trocarse en un bien que desconocimos por entero. No quita esto que las causas segun– das obren a impu·lsos de su pasión. Ellos darán cuenta de su obra. Respecto a nosotros la ley santa de ·la resignación nos impone el deber de deci•r : Dios lo ha querido o Dios lo permitió, se¿¡ su nombre bendito. De esta resignación co– mo de surtidor obscuro emanarán luego con– solaciones a ma·res. Tengamos valentía bastan – te para encararnos con •los que nos hacen mal para dec i·r-le : ¿Me queréis causar ma·:? En hora buena. Tal vez como a Semei respecto a David Dios os permitirá a vosotros ma•ldecir– me. Pero yo sabré trocar·lo en bi·en. Besaré la mano de Dios que maneja esa vara ver– de de vuestras pasiones dejándoos en libertad

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