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42 pecado a la gracia. Siempre que practié:amos la resignac-ión volvemos a participar de aquella re– generación. La Cruz de Cristo vuelve a sel<larnos y en sus brwzos nos transfo·rmamos._ , El perfi·l del religioso queda conservado vivo ¡:on los golpes de la adversidad. La educación ¡jebe prepa•raros para que eso_s golpes sean bien rec ibidos como los marti·l·lazos en el repujado de cáliz o en la escultu.ra de un santo. Generalmente el hombre se cree poco mere~ cedor de sufrimientos. Tiene una habilidad ex– traña para justi ficarse. Es_necesario descender hasta las cavernas secretas del alma y al sub– suelo morfal para comprimir y acallar las resis– tencias a las tribulaciones y bruebas. _ Los religiosos que son proyectados hacia el exterior que no tienen costumbre de replegar– se al interior no tienen otra ·resignación que !a forzada o la calculada. El freno inter-ior suele --lo– grarse con el ejercicio de ·las virtudes austeras y sobre todo, con el conocimiento propio. El conocernos es predisponernos para !·levar con ca·lma todo ataque de la adversidad. Lo mere– cemos. Tal vez no nos ocupábamos de Henar ese deber sagrado de •la expi-ación; -acaso vivía– mos bastante muellemente en una vida si nó holgada, pl.:ícida. Pero Dios misericord ioso se acuerda de nosotros y nos visita con esos gol– pes que nos piden resignación . ¿Por qué resis– t ir? ¿Por qué indignarnos? El que se conoce besa la mano de Dios y la besa con los ojos humede– cidos de reconocimiento: Aquí me queréis cobrar todo Dios mío ... Aquí me hacéis pagar todo. Cuandp los impulses y vehemencias del genio ta-) .vez nos proyectaban hacia una existencia má5 audaz que 'lo. debido. hallamos una piedra o un 111uro por d~lante. Nos ,llega una prueba que nos obliga a dar un paso atrás o a mirarnos

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