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-11- vino a comer y yo no puse sobre la mesa más qu';"algunos pedazos de pan . . . comió alegre– mente , pero me preguntó ¿no tra-es otra cosa? ¿Por qué no has preparado algo más? Le con– testé: Padre, porque así me ordenaste. . . A lo que .él respondió - "egregia est virtus, dis– crecio, nec semper implendum qu id-quid Prae– latus, praesertim turbatus, imperave rit (VJad– dingo IV, página l 04). Es esta una lección sa– bia . . . Hermosa es la vi·rtud de ,¡a discreción ; a veces el prelado, como homb re puede orde– nar alguna cosa no conven iente por una tur– ·bación o mala info rmaci ón. El .religioso, no por dejar de obedecer, sino por discreción, debe de tener en cuenta aquel momento. . . Lo m ismo que nuestros antiguos padres hemos de pen– sar nosotros que nuestro mayor enemigo es es– te yo i11terior, y la seguridad más segura la obe– diencia. Mortifica y hace de la vida religiosa un martirio de paciencia; para los que, como decía l=ert·uliano, desean "saginari voluptate pa– tientiae", viven siempre hambr.ientos y sedien– tos de .obediencia. . . Sin embargo, la obedien– cia que debe ser absoluta de nuestra part-e, debe ser en sí misma discreta. Al fin se trata de go– bernar a hombres de razón, y no a .hombres 'lo– cos. o o . Cuenta Waddingo (IV, página 195 en el si– glo XIII) que había un religioso entre otros, obediente, que a una insinuación del superior corría a obedecer. Un día se le presentó el de– monio en forma de Guardían y le dijo: sigue– me Fray Fulano ... el ·religioso estaba en ora– ción, pero la dejó y se levantó obediente. Cre– yendo ser su prelado le siguió hasta las riveras

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