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-165- ma en !a hora de la profesión: "Do ut des". Nos consagramos a la Orden consagrándoncs a Dios, pero con ·la condición de t·rabajar en ella si he– mos de vivir de él·la. No se puede exigir lo se– gundo sin lo primero. Es demasiada golle·ría presum ir derechos que no se han ganado. La sim– pie profesión nos crea obligaciones, y el cum– plimiento de éllas nos dá derechos. A veces la Orden fomenta en sus súbditos mil medios de traba jo. Los capacita a costa de años de estu– dios en •la formación del ·religioso. ¿Para qué? . . . La Orden espera y ·reclama el fruto de sus desve•!os. "Ut fructum afferatis". No s-olamen– te el fruto del cumplimiento de los vo<·os. Esto es mucho y lo máximo. Pero, el trab.3'o viene en ayuda de eso, y es necesario ·no per.-<~·r en Jo inútil las energías logradas en años de estudio. El buen •religioso tiene constantemente f\ 1 el co– razón el cántico de David: ¿Quid ro~;i buam? ¿Cómo pagaré a Dios, cómo ret-ribuiré i1 la Or- den el bien que me han hecho? ... . . Cada estado tiene su zona de trabajo.. De beríamos llorar cuando no podemos satisfacer este deber. Yo lamento grandemente que en. tan– tos años haya hecho tan poco por la Orden. Y aquí es de mirar que el amor a la Orden debería inspirarnos medios y modos de trabajar por ella. No debemos tenernos por franciscanos con lle– var el hábito de tal, sino ·por obrar obras de tal, y sobre todo, por amar entrañablemente todo lo que ·respecta a ·fa Orden. En enderezar nues– tros trabajos a este fin. Cada Orden tiene sus proselitos, cortes y ejército de trabajadores que están labrando su gloria. Nosotros miremos a nuestra Orden ... A veces acaso se nos .llena el alma de pe– na al poner empeños amorosos en bien de la Orden, vivir matándonos en el trabajo y ver frus– trados o -menospreciados nuest-ros esfuerzos

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