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-144- sólo se basta para 'llevar al cabo sus planes; pe– ro, si quiere asociarnos a ese plan, si nos brin– da con un apostolado social o ·religioso en ho– nor de la Iglesia, no es porque El necesite de nuestra colaboración. tPor eso vernos, .muchas veces. lanzada a una persecución ·la m isma Igle– sia. Parece que todos nuestros afanes encienden más y más ·la 'Í-ra de 'los enemigos y entorpecen el logro del ideal. ¿Para qué quier-e Dios todo ·lo nuestro? Pero, en medio de todo esto está su ojo atento a nuestro corazón y sólo .mi.ra pa·ra la recompensa la intención que tuvimos de servir– ·1e. Sucumbe el empeño visible, pero se mantiene el mérito de la obra. 'Por eso ·la ·esperanza cris– tiana nunca se desflora, jamás queda frustrada. No es un premio que debe -recogerse en este mundo. La tierra está supeditad<'! al cielo y to– da la obra humana debe reducirse a cooperar a la obra divina que es nuestra santificación. "Maledictus nui oonit camem suam brachium suum". San Pablo nos grita: "1 nduite galearii spem salutis" ( 1). Los santos amigos de Dios, servidores ge– nerosos del Altísimo ¡cuántas veces, fueron at·ro– pellados y tenidos por locos, por ilusos! Pero, ·lo que ellos hicieron por Dios no se ·lo iban a pa– gar .los hombres. De ahí que la esperanza nOs tiene pendiente de la hora divina. Cuando quiera y como quiera, los sa-ntos vivieron constante~ mente en el pensam:ento y en el corazón el tex– to davídico; "N<::n ncbis Domine sed nomini too ·da gloriam". En la humillación vivían glorifica– dos. La esperanza mantenía en firme su acci6ri. <I Ten. V). Slcut g~alea. est mu– rnantum oapitis sic t¡!:;es est ar– macura intentionls (I Buenaventu– ra L. 0.).

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