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127 - Pero ya que no buscamos las grandes mor– t'L c ;: ores corporales de los antiguos, procure– m r>c .:·;;rovecharnos de las ordenadas por ·la Or– ck~,_ L:: mortificación tct1erada abarca dos for– más: •la que se hace por que nos está maná'ado, y la qu,~ se recibe po·r que nos llega •por sucesos de la vir:h, oue no está en nuestra mano desviar. Deb€mos a·ccrdamos de que nuestra Or– den q;;e comenzó por ser penitente debe espe– cia!iz:: rse en la penitencia, sobr·e todo, en rla p:;ritcncia int,~rior. - Se ha di-cho que el exceso de trabajo a que n~s ckdi-car.1os nos imp ide :practicar mayores auster:dades; qu,9 la deb 'lidad de la naturaleza, act•. rJlmente, rio permite ·la-s :privaciones y ma– ce rac 'o-nes de ot-ro tiempo; que es necesano usar con .prudencia la mcrtificación corporal. , . Pi'ro siempre te ndremos delante el programa <:re San Pedro: mcr tificatus in carne vivifica tus au– tem so iri tu. La 'dosis de realidad en estas cosas queda a vuestra consideración. Lo que no se puede negar •es que hoy co– mo ayer necesitamos de morti-ficarnos y que ·la prudencia de la carne no debe pr-eva 1 1ecer sobre la prudencia del espíritu. El miedo a enfermar, o a imposibilitarse puede ser verdad. Puede ser también falta de generosidad . .. De todos modos, será sabiduría •religiosa aprovecharnos de ·las mortificaciones ordinaria-s, porque e;; la vida re·ligiosa hay muchas horas y maneras de mortificación. Poner ojo en lo que hacemos y sufrir con amor o resigna-ción -reci– biendo ccn espíritu de perfección las ocasiones dr-> mortificación. "Ad serviendum Deo viven– ti".

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