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~ 100 ~ Si v¡esemCJs una talega ·llena de piedras preciosas no b recogeríamos y meteríamos, a ser posible, en el propio corazón? Pues bien. de toda cruz y de toda tribulación se puede decir: in c~ rpore Chdsti dedicata est, et ex manibus ejus tamquam margaritis ornata". De suerte que de ·las llagas de Cristo co– n e ·.m río de pedrerías con que nos podemos enr: quecer inefablemente, cuanto más, más ... Sin duda que estamos obl igados a imitar a Jesucristo. Pero ¿qué hallamos en Cristo digno de imitación~ ¿Su divin idad? Eso es inimita– b!e . .. ¿Por ventura le hemos de imita•r en no– ras de descansos y contentos. Si El se d ig– na damos, bend ito sea. Pero ·lo que en El se nos descubre es abJtimiento, persecución, cruz. Y por eso quiso le levantasen en a·lto, pa ra que por doquiera se descubriera lo que El más amó y buscó . . . t-/luchas veces se pone uno a pensar: ¿Pa– ra qué querrá Dios nuestros sufrimientos? ¿Por qué ha de exigir de las almas perfectas tanta muerte de Cruz? La razón está aquí ... que todo eso es imi– tación de Jesús. El dolor y sufrimiento poco po– drían valer en sí, pero valen mucho cuando se llevan a la consideración del amor ... y por amor se sufren. Las cruces valen poco sino miramos a través de ellas al Crucificado. Los reyes gustan que se •les imite, y aun– que sean los suyos ritos ridículos, los palacie– gos han de hacer lo que el·los . . . Pe•ro la Cruz de Jesucristo es signo de redención y toda re– dención, e·levación, purificación y consumación, procede de allí ... Allí consumo su obra el Re-

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