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-95- a despertar a los hombres de su terrible sueño de la vida. En el desierto se aprende el valor de las cosas de este mísero mundo; hay que alejarse para apre– ciadas. Las cosas adquieren un rasgo distinto cuan– do se. sabe apreciar lo que son. Todo lo bello de ellas debe volver a Dios, amar las cosas por lo que hay de Dios en ellas, es uria virtud ; pero abusar de las mis– mas, por lo que hay de efímero y falaz, es un error. Es necesario oír la voz del silencio que desde el desierto nos viene y nos dice: "no pongas el amor en lo pasaje- . ro y in udable". La virtud que esta voz produce es her– mosa, hasta en las personas indiferentes; mien– tras que el olvido de esa verdad causa vicio y el vi- . cio es feo hasta· en las personas hermosas. La mis– ma hermosura cambia de fisonomía según se la mire; mirada la hermosura en un momento de silencio es– piritual se tiñe de magnificencia; pero esa magnifi- · cencia que le da el silencio obedece a que se compren– dió que viene de Dios. El mundo habla mucho del amor de las hermosuras, y todas estas hermosuras miradas con los ojos del mundo son vanidad. Es ver- . dad que se 'aman también las vatridades, pero es un amor sin valor; frivolidad de aprecio que toma .con afán lo que nadá vale y deja de apreciar lo que es todo. El "amor calla" ante el cortejo de vanidades; ni las saluda siquiera; no tiene palabras para ellas; Su com– prensión las descalifica; en la mudez de ese amor est:i el sentido de lo que estima el alma. No canta las do– raduras y brillantez de lo efímero, y, es que el amor verdadero ha puesto su nidal en otra región; ama lo durable y eterno, y ante la revelación del misterio de
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