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- 156 per", "sedas", "terciopelos", y "colores" - domi– na el amor al deber. -El amor no es un tesoro vul– gar. Es un tesoro imperial. No es un solitario engar– .zado en el pecho ; es un imperio, llenando el cora– zón. Los matrimonios no deben ser "proyectos de amor", s;no "uniones de amor". Amor, palabra profunda, pa– labra eterna. Con aquellas trifulcas, el señor marido maldice "las modas" y los "modos" de gastar, y termina por renunciar a vivir con el despilfarro. La moda es }a mayor tiranía de la mujer. No hay consumidor como ella ... Será si se quiere el resultado de la civilización, una cjvilización demasiado tiránica. No hay libertad contra la moda ... La moda es su amor. . . y contra ese amor nadie puede, ni el amor conyugal. No hay autoridad como la suya, a no ser la esclavitud de la mujer que es tan grande y tan ridícula com'o aquella autoridad. Está bien que se ·consideren las estaciones, la in– dumentarias de las futuras mamás y hasta el atavío ideal de la novia moderna. Todo eso puede estar bien con "modo"; pero es un imperio doloroso para la estética, paFa el bolsillo y para la familia, el de la moda. ' El amor a la moda preocupa más a la mujer mo– derna, que el amor a sus deberes. La moda será un deber; sólo un deber accesorio, condicionado y con modo, nada más. Por un chiflón rameado o con estre– llas 1rojas, no vale la pena de tener un disgusto; pero a veces tiene la virtud de levantar una tor– menta.

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