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El amor conyugal ¡Qué pronto se resuelve el joven a formar un ho– gar! El rubí del amor que lleva engastado en el co– razón, le engaña no pocas veces. Lo ha avalorado en muchísimo precio, y cree será bastante con Jo que supone ese tesoro, para vivir. El amor da norma al hombre y a la vida, a la aurora y al ocaso. . . Pero el amor no es como los t esoros "siempre antiguo y siempre nuevo" y cuan– to más viejo, de mayor valía. Cierto que así suele ser, cuando se le guarda en el aljibe venturoso del matrimonio, al parecer en retiro forzoso, pero nunca más activo . . . Nunca se ha podido entender la castidad del amor conyugal, porque no se hace fácil la comprensión d() la santidad conyugal. Créese que el amor ·retrocede o se gasta, cuarido se ha obligado a vivir dentro de una unión sacramental. Si el amor es cabal y tien~ la acuñación del cielo, no conoee eclipses, substanti– vamente subsiste, y el mismo -tránsito final lo sor– prende en su albor, casi en la niñez. Encogido como un infante, el del viejo, late más hermoso, más fiel,

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