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- 136- Cuando el favor de Dios convierte a un pecador )' le hace comprender esta futura belleza, haciéndole a la vez un espejo de su pasada miseria, no puede to– lerar en paz y quietud, el engaño tan engañoso que tuvo en los ojos, y no acaba de admirarse por qué se . unió tanto a las criaturas dejando la unión de Dios. . . Como San Agustín sentía as<lo de si mismo, recordando las lágrimas que derramó al leer la muerte de · Dido, descrita por el poeta, mientras se sentía frío e insensible por las ofensas que cometía; así es– tos nuevos convertidos se espantan de lo mucho que amaron vanamente y lloraron torpemente, dejando de amar y gozar místicamente a Dios; y como un hombre que acaba de despertar de un sueño profundo, exclaman: "Señor, que engaño he sufrido. ¡Cómo se me antojaban verdaderas cosas tan sin sentido, vanas y perecederas!" Y luego entregados a beber ávida– mente la luz de la verdad, se deshacen en acciones d·~ gracias, por el feliz suceso de haber abandonado los torpes vicios, o las vanidades del mundo. Hacen del arrepentimiento una escala mística y suben rápida– mente a la unión con el verdadero Amante de las almas, y viven escondidos a todo ruido y temerosos de perder el bien que ahora gozan, y que. saben es un anticipo del gozo eterna!. Vanidad de vanidades es todo lo que no sea amar a Dios, fuente de felicidad, y procurar asegurar la vida perdúrable. En eso está la sabiduría del alma y el descanso del corazón; fuera de eso, inquietud sen– tirá el alma, desasosiego, despecho y cansancio y hastío de la vida:

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