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-133- Era el contraste de dos amores profundos, impuro el de Dido; sagrado y místico el de Mónica. Cartago la de las guerrns púnicas, la de la Princesa Fenicia, la de Dido fugitiva, llegando a las costas africanas y re– cibiendo allí a Eneas, cuya partida había de sumirl<l en la desesperación, cantada por el inmortal Virgi– Jio. Cartago, donde el amor místico de los cristianos se ofreció millones de veces a las fieras, por amor de Cristo en el Circo público. Cartago, donde Aurelio de Tagaste, retórico famoso y más famQSO maniqueo y vicioso se entregó al amor de los sentidos en su más florida mocedad; donde murió S. Luis de Fran– cia en la Colina de Byrse en una transformación su– blime, mística de amor eucarístico. Cartago, que tu– vo todas las calenturas de su clima africano, dando fuego a los vicios más abyectos y vehemencia a los amores más sagrados. . . es la antítesis de si misma. · En ningúri punto llegó más bajo el sentido epicú– reo, y en ninguna parte subió más alto el amor mís– tico. Aurelio mismo, ya convertido en Milán, en vir– tud de las santas oraciones de su madre Mónica, volverá a Cartago y hablará uno y otro año de lo~ mártires Felicitas y Perpetua, jugando con los nom– bres y anunciando que la felicidad no puede ser, si no es perpetua. Esa felicidad perpetua con que nos brinda el amor místico, se describe con pluma de oro en el capítulo IX de sus Confesiones en el coloquio íntimo con su madre en el puerto de Ostia. En medio de nuestro coloquio dice S. Agustín "cuando más ansiosamen– te suspirábamos por e1la (la felicidad) llegamos a tocarla cori todo el ímpetu y fuerza de nuestro es-

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