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112- sa, y se adorna con los colores de ellas también como la mariposa después de haberse sumergido en los aro– mas de un jardín. Tiene sus alas cargadas de átomos de mil colores a cual más primorosos en sus matices. Eso ocurre al poeta, y eso ocurre al escritor que quiere estudiar por dentro la condición de estas flores de virginidad . .. Esas vírgenes que marchan trocadas en azuce– nas por el camino de la vida son como blancas ga– viotas sobre el piélago humano. Con su amor puro como el aire de las montañas, cantando van en sus sal– terios monásticos, con el rumor de las brisas en los bosques cerrados al ambiente mundano, o con el leve murmullo de los arroyos y regatos que recorren, for– mando espejos 'para las márgenes de los jardines la huerta conventual. Las vírgenes son de todos los clinias del amor. No solamente en los · encierros callados y beatíficos del claustro, también en las &Tandes urbes, a la vera de los Sagrarios desiertos, encontramos encieladas mu– ·chas vírgenes del ~mor. Palpita su casto seno con el temblor de la gracia cuando reciben a Jesús y a El consagran las ansias de su vida, la pureza de su al– ma, hechas ascuas de devoción. El amor de las vír:genes brota de todos los manan– tiales eucarísticos, y reérea las soledades amargas de las Iglesias, cuando las efusiones de la vida moderna brinda a las otras el encanto de la alegría secular. Una alegría que no se gusta bien; que cans'a muchas veces antes de percibirse. Es que el mundo no puede ale– grarse con confianza como reclama un corazón hecho para Dios.
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