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.El hogar y las virg~nes ¡Qué bello poema el del amor virginal! Si en algú11 pecho debió brotar el amor había de ser en el pech·J de las vírgenes del Señor. ¡Quién puede cuidarlo mejor! ... Para hablar de ese amor era necesario tener los labios purificados con la tea misteriosa de Jsaías, o mojar la pluma en el néctar maravilloso de las azu– cenas. El amor de las vírgenes suena a una sinfu. nía blanca, a una be<llísima sonata de los ángeles. Sólo ellos podrían ·acompañar el cántico de las vírge– nes, cuando aman. ¡Oh, cuán bella es la generación de la castidad! El amor que hace madres, hace mejor vírgenes; porque el amor de su naturaleza es pure– za ·y blancura de alma. Tiene no obstante una fecun– didad de prodigio. ¿Quién es capaz de contar el nú– mero de vírgenes creadas por el amor de Cristo? "Ge– nerationem ·ejus quis ennarrabit ?". La naturaleza y el espíritu se compenetran; cami– nan a veces hermanadas, la una por una cadena de seres, y la otra por una cadena de flores. La imagi– nación se cierne sobre estas flores como una maripo-
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