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- 104- . tiana, que piensan no concuerda con las modas de la sociedad, temiendo más no respetar una moda y uso corriente que ofender a Dios. Para no ser menospre – ciadas quieren aparecer viciosas... ¡Cuántas jóve– ·nes, por no evitar estos extremos de mundanidad, y por seguir la corriente de la vida, han tenido ·que llo– rar después, con vivas lágrimas un mal paso! ¡Y cuán– tas aventuras y catástrofes trae unidas ese mal paso que no se creyó dar, pero 'se provocó! . . . Mas, ¿es acaso amor eso que interviene en la his– toria de semejantes mujeres? Cómo quisiera yo que las niñas se acordaran de la Emperatriz Eugenia, cuando todavía era la Condesi– ta de Tebas. Napoleón la buscaba ávidamente. La be– lleza radiante de la condesita española brillaba como una.estrella en las reuniones a que el Emperador asis– tía en París. En las mismas Tullerías recibió Euge– ni,a, más de un aviso secreto de parte del Soberano, que no pudo vencer la inflexibilidad de la noble y cris– tiana española. "O por la 'puerta del matrimonio o por ninguna parte". Al fin pudo más él deseo vehe– mente del bien apetecido, que las razones de Estado, y Napoleón liT, se casaba con Eugenia Montijos, con– desa de Tebas. El Emperador tuvo que abatir sus humos y bus– .car el bien por el camino santo; y ' la noble condesita ·entraba en el Palacio Imperial por la puerta del ma– trim,onio. Debemos estudiar la "psicología" del cariño y del amor. Es de tal condición que perdura años incon– tables si se mantiene el ansia de posesión; y muere a la mañana siguiente si logra lo apetecido. Nada hay

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