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PU!fCIO!fBS JIB XA1UA Con la particularidad de que el sacerdote del alt01r no da a Cristo su ser sacándolo de su propia substancia personal; María en cambio da a Cl.'isto su misma materia sagrada; y en sus entraiias le n·vistió dt· t·ut•rpo y san– gre. El sacerdote de altar obra eu virtud del poder que recibe de la Jglcsia cu nombre de Dios. .1\Iaría la Yirgen sacerdotisa, obra en virtud del poder que le confirió 0l mismo Dios, directamente: '' Dominus tecum' '. Dice el ,;;acerdote las palabras de consagración sobre la hostia, y desaparece el pan para presentarse allí el mismo Cristo. Dice María las palabras de la .Anunciación, fiat mihi, y en seguida en su entraña aparece el Verbo Encarnad;¡. "Et verbum caro factum est" El sacerdocio virginal de María supera, en cie1·to modo, al sacerdocio del altar, cuanto el ser substancial de Cristo es primero que el ser sacramental. El sacerdote del altar reproduce lo que Ma– ría realizó físicamente por obra y gracia del E spíritu Santo. No existiría el sacerdocio del altar si no hubiera existido el sacerdocio de María. Ella, de una vez, hi~'o lo que todos los sacerdotes hacen cada tlía. a través de los tiempos, desde que fueron consagrados. De esto deduce nuestra teología una consecuencia elan1. .\' admirable: Ma– ría es mad1·r saccrdolol en cuanto de ella nacieron todas las posibil itl;u]Ps, t1e que existieran sacerdotes en el mun– do. No pueLle Pila hacer con sus palabras, lo que hace el sacerdote más hnmilcle con las de la consagración. Ma– ría no puede dar a Cristo el se~· sacramental, pero el ser sacramental depende del ser real que dió María a Cristo con sus palabras de la .Anunciación. · En consecuencia, como todo está ordenado en los con– sejos de Dios, las. funciones sacerdotales de María deben responder a la categoría suprema de su obra. Funciones tan excelentemente superiores a la del altar, como es supe- 86-
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