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de la figura e(nombre de M11ría. Muchas medallas bizan– tinas y obras de arte gric~o. rcpr<•st·nlaban también a la Santísima Virgen en actitud de o•·,u·. 'l'odo lo cual nos lleva a pensar en el culto o ··onvicc ión de los primeros siglos sobre el carúctt•r dt· inkrcesora o mediadora de la Virgen. Peco más que inte rcl'sora, querríamos ver en esas figuras el tipo de la Viregn dispensadora de todas las gracias, que si tiene que dirigirse a su Hijo, su oración es suplicación omnipotente. Para nosotros aquellas figuras podían representar a la Iglesia ''orando, pidiendo a Ma– ría el socorro de sus gracias". María, desde su trono ·Í<l gloria, sigue siendo la Madre de la Iglesia y practica d n;¡andato que le dió Jesucrísto desde la Cruz. Ella cuida .de la Iglesia y l!a Iglesia le presenta sus oraciones. lique– llas figuras orantes podían ser como nuestras estatuas co– locadas sobre los altares, a las que nos dirigimos, pidiendo todo favor, seguros de que en Ella ha colocado el cielo el remedio a todas las necesidades. María es la depositaria de todos los tesoros de J. C. y por sn~ manos pus:m tot.las las gracias que llegan a la tierra. En !'1 n·ino qne su Hijo le preparó, no le falta nada, ni <'x<·<·l<'nl'ia, ni poder, ni bondad: y aunque su Hijo es la fuente y cansa tic toda gracia, todo el depósito de ellas lo deja a la volnntacl a~ su Madre para que sea madre universal, dispensadora universal también de todo linaje de gracias. Esto es l<> que la Iglesia ha creído siempre y en-la que tenemos toda nuestra confian.;;a. Ello fué la causa de que el cielo bri– llara con luz indescriptible, y la tierra gozara de la li – bertad de los hijos de Dios. Su reino, r epetimos, no sólo fué y es de excelencia y de poderío; es sobre todo, para gloria de la humanit.lall, reino lle clemencia y de miseri– cordia universal. Por la excelencia, solo Dios le es supe– rior; por el poderío, puede lo que puede Dios por comu– nicación de gracia; y por clemencia, extiende sus bonda– des a todas las partes del cielo y de la tierra. Así como 70-